La necesidad rompe la ley. Esa regla no escrita fue la razón por la que hoy en día el turista en España se deleita con una copa (o jarra, o varias) de sangría. Fueron los romanos quienes, hace miles de años, introdujeron la forma original de la sangría. La razón era sencilla: el agua potable estaba llena de bacterias. Por eso se mezclaba con vino, que ya entonces se producía a gran escala en España. La adición de algunas hierbas y especias hacía la bebida más segura para el consumo y además realzaba el sabor.
Cuando el viajero actual pide una sangría, todavía es incierto qué versión se servirá en la terraza. No existen reglas fijas sobre los ingredientes que debe contener la bebida. Decir que “todo vale” puede sonar exagerado, pero nunca se llegó a establecer una receta estándar. Desde hace mucho, el “cóctel de frutas” consiste en naranjas, limones y manzanas macerados en vino tinto, con algún endulzante en forma de azúcar o jarabe. También es habitual añadir un poco de brandy o licor de naranja, así como agua con gas para darle un toque refrescante.
Aunque la sangría tiene una larguísima historia, su gran popularidad llegó recién en 1964. Curiosamente, fue un acontecimiento en Nueva York el que convirtió a la bebida en un símbolo español: la Exposición Universal. Los restaurantes locales, conocedores de la mezcla, la presentaron a una prensa mundial entusiasta. Desde entonces, la sangría—hasta entonces consumida sobre todo en fiestas y reuniones familiares en España—se transformó en una bebida exótica muy solicitada por los turistas. Ese fue el punto de partida para muchas innovaciones: se comenzó a usar vino blanco (clarea) y cava como base, y se amplió la mezcla de frutas con melocotones, nectarinas, limas, bayas, peras y sandía. Como se ha dicho, no existen reglas fijas para la sangría.
Pero las razones por las que la sangría nunca ha alcanzado la popularidad de las tapas entre los visitantes de España son más profundas que la falta de una definición clara. La primera: los españoles la siguen viendo como una bebida para ocasiones especiales. La segunda es aún más reveladora: para preparar una buena sangría hace falta tiempo, tiempo para que los sabores de las frutas, hierbas y especias se mezclen con el vino. Por eso muchos bares y restaurantes ni siquiera la incluyen en su carta. Y donde la sirven, a menudo es una versión floja, ya que el tiempo de maceración ha sido demasiado corto.
El tinto de verano se ha convertido en una alternativa popular para los bebedores decepcionados de sangría. Este vino tinto con hielo, casera (gaseosa azucarada) o refresco de limón es mucho más fácil de preparar y resulta una bebida veraniega muy refrescante. Pero cuidado con los bares de moda donde al tinto de verano le añaden un chorrito de vermut y una rodaja de naranja: entonces lo venden al doble de precio como “sangría de la casa.”